La idea de una «Fantasía latinoamericana»

kupuka

Kupuka, personaje de la Saga de los Confines de Liliana Bodoc. Ilustración de portada del tercer libro, Los días del fuego. Autor: Gonzalo Kenny.

Hacia 2010-2011, participé en la creación y edición de una antología colectiva, gratuita y autogestionada de cuentos de Fantasía de autores chilenos emergentes, casi todos muy jóvenes. Como explicamos en la presentación de Vagalumbre, hacia esos años la dedicación formal a la Fantasía en nuestro país era mínima, y nuestro proyecto de antología pretendía crear al menos un pequeño espacio exclusivo donde esta pudiera florecer en sus diversas formas, amparándose en la palabra ingenua y llena de fervor de los muchachos qué éramos entonces.

No me interesa deshacerme en añoranzas respecto a lo que fue ese olvidado proyecto formativo. Si comienzo este texto aludiendo a esa antología, es por una crítica muy especial que recibimos en su momento, naturalmente extra literaria. Titulada genéricamente como Cuentos chilenos de Fantasía (Fantasía Austral, 2010), la lectura de esta obra desconcertó a algunos lectores que, por razones que no habríamos podido prever en esos años, no entendieron qué era “lo chileno” del libro.

Pues la nacionalidad de los autores; ¿no estaba acaso claro? Evidentemente no. Lo que estos lectores esperaban ante un título como aquel era que los cuentos incluidos reflejaran, en el tejido de sus historias, diversos aspectos de un constructo cultural chileno (mestizo) u originario. Por el contrario, el imaginario predominante de los relatos era más bien de una premodernidad asociable, de manera muy genérica, a algo “europeo”. Por supuesto, esto se debía a la profunda influencia de la Fantasía de autores primermundistas, de carácter canónico, y al legado del mito y del cuento de hadas occidentales.

En esos años, no pude sino sorprenderme ante una crítica como aquella. Lo que menos deseaba por entonces, recién egresada de Letras Hispánicas, era que se me impusieran barreras que consideraba de índole ombliguista e intrusiva en mis intereses literarios como escritora en ciernes. Bastante de esas limitaciones había tenido ya en mis estudios de pregrado.

Esta anécdota estúpida, sin embargo, encierra el origen de una problemática muy interesante. Una que ahora, tras una década formativa, creo poder ahondar con más complejidad: la idea (o propuesta) de una Fantasía chilena o latinoamericana.

La visión más recurrente respecto a este «problema» es que, a fin de darle espesor y originalidad a la producción literaria de la Fantasía escrita en nuestro continente, se debe hablar desde nuestras raíces culturales, principalmente referidas a nuestros pueblos originarios o mitologías nacionales. Esto tiene sentido, desde luego: la Fantasía siempre ha abrevado de historias, versos y narrativas preliterarias. Numerosas obras canónicas de Fantasía de Europa recogen y transforman creativamente el legado de los mitos y relatos fundacionales de aquel continente: J.R.R. Tolkien y su creación mitopoética de Arda (y, en particular, de la Tierra Media) como un intento por darle una mitología sólida a su Inglaterra, o E. Nesbit y sus historias de dragones, que reconfiguran el arquetipo de esta criatura al plantearla dócil y ridícula e introducirla a una matriz cultural victoriana. Incluso Ursula K. Le Guin, estadounidense, trabajó con algunos aspectos de los pueblos originarios norteamericanos en la creación de Terramar y de su concepción de la magia.

En Latinoamérica, qué duda cabe, la autora emblema de esta corriente es la argentina Liliana Bodoc, principalmente con su obra la Saga de los Confines (Los días del venado, 2000; Los días de la sombra, 2002; Los días del fuego, 2004). La propia escritora señaló en más de una entrevista que le interesaba justamente proponer una historia de Fantasía que se apartara de las marcas “europeas, patriarcales y católicas” que ella asociaba a la obra de J.R.R. Tolkien [1]. Y, en efecto, me temo que desde esos códigos fue leída y valorada su saga, ante todo por campos literarios a los que por lo general la Fantasía les trae sin cuidado por concebirla, por ignorancia, como un mero producto comercial reciente: me refiero fundamentalmente al campo literario de los estudios hispanoamericanos especializados en literatura infantil y juvenil (LIJ).

Aunque la obra de Bodoc es pródiga en méritos estéticos y estilísticos, no es de extrañar que con semejantes antecedentes se la haya valorado principalmente desde una visión política y latinoamericanista [2]. Desde luego, eso no es problemático en sí mismo. Lo problemático, creo, apunta a aquella suerte de imposición tácita del proyecto literario de la argentina a toda la Fantasía que podría escribirse desde nuestro continente.

Esto no deja de ser paradójico: se critica la obra de Tolkien por ser el alfa y el omega de la Fantasía moderna y contemporánea, ya sea desde la filiación o el rechazo, pero se está intentando hacer lo mismo con la obra de Bodoc. Peor aún: el hecho de que se valide incondicionalmente el desarrollo de un imaginario autóctono como plantilla para un mundo secundario de Fantasía (o para otros elementos afines a esta literatura) ha fomentado la escritura y publicación de una serie de obras que, sin el talento y oficio de Bodoc, procuran justificar su valor solo desde su pretendido y promocionado latinoamericanismo.

Con ello, tenemos una nueva paradoja, bastante más grave que la anterior: que la importante responsabilidad del escritor latinoamericano que elige conscientemente el imaginario de su tierra para escribir Fantasía se despolitice y entregue al mercado. En otras palabras, el latinoamericanismo de obras como estas no sería ya un fundamento ideológico-estético, como lo fue y es en la producción de Bodoc (o como, desde otra vereda, propuso en su momento el real maravilloso de Alejo Carpentier), sino un mero rótulo exótico que busque vender más libros.

La mercantilización oportunista de la tradición cultural de nuestros pueblos originarios en productos artísticos o souvenirs no es algo nuevo, claro, si bien su análisis requeriría de un conocimiento especializado del que carezco [3]. Sí quisiera destacar algo que me parece importante: muchos de nosotros somos mestizos occidentalizados que hemos perdido buena parte de nuestras raíces autóctonas. ¿Cuántos de nosotros conocemos siquiera los rudimentos del mapudungun u otras lenguas originarias, por ejemplo? ¿Cuántos de nosotros hemos estudiado con la necesaria profundidad (más allá del curso de turno de Letras Hispánicas) obras como el Popol Vuh o el Rabinal Achí? ¿Cuánto sabemos de nuestros pueblos sobrevivientes, más allá de un conocimiento trivial de su historia y de las atrocidades a las han sido sometidos desde siempre, tanto por europeos como por chilenos?

Me temo que la respuesta a esta pregunta es, en el mejor de los casos, «muy poco». Yo, ciertamente, no puedo responderla de manera entusiasta. Por lo mismo, consideraría desafortunado estudiar un par de fuentes y creer que solo a partir de ello estoy preparada para escribir mi Fantasía “latinoamericana”, con incrustaciones de nombres y palabras que resuenen como gritos exóticos en el bosque del lenguaje, cuando la voz de quienes las han gritado desde siglos están cada vez más teñidas de sangre y olvido. Por lo demás, en mi caso personal (que supongo que también es el de otros), no me formé tempranamente con leyendas o narraciones de mi tierra, sino con cuentos de hadas y mitos occidentales. Mi amor original por la imaginación, la belleza y la nostalgia no proviene, ¡ay!, de mis ancestros locales, sino de las historias del Viejo Continente, de esa otra línea que, tenue, discurre también por mi sangre mestiza como chilena promedio. Lo quiera o no.

No digo que esto sea bueno o malo, aunque a veces me reconforta o angustia más de la cuenta: es lo que es. Si me apropio usualmente del imaginario europeo, que tampoco me pertenece (¿qué me pertenece realmente, en todo caso?), es porque he terminado enamorándome también de las distancias más imposibles: la de mi patria de la infancia y la de allende el océano.

Pero existe otra arista aún de este asunto, una de la que no he leído discusión alguna, y que me parece crucial.

Una cosa es la mera apropiación de este imaginario, con todo lo problemática que podría ser, y otra es el lenguaje en sí con el que se trabaja en la obra literaria.

Fiel a mi esteticismo, creo que esto es importantísimo. A mi juicio, la obra de Bodoc, imaginarios aparte, consigue recrear con acierto una dicción y un estilo distintivos, que se desmarca de la prosa genérica que comparten tanto la Fantasía formulaica neomedievalista como la mala Fantasía latinoamericanista. El fraseo y cierta narratividad general de Bodoc son poéticos, pero desde una cadencia propia del español. En otras palabras, la obra de la argentina se lee desde una identidad cultural distinta a la europea, pero no solo porque trabaje con un imaginario local o recree imaginativamente un suceso histórico como la invasión a América (la Conquista), sino también porque la escribe desde una tradición literaria latinoamericana en su relación con el lenguaje.

En efecto, propongo que la Saga de los Confines de Liliana Bodoc puede leerse como una literatura heterogénea, y que es bajo este prisma que, idealmente, debiéramos considerar la producción de Fantasía del continente, en lugar de un reduccionismo latinoamericanista for export. Esto también nos permitiría insertar ¡por fin! a la Fantasía latinoamericana en la corriente de las tradiciones intelectuales dedicadas a pensar la literatura del continente, a cargo de pensadores como el peruano Antonio Cornejo Polar.

Para Cornejo Polar, “Caracteriza a las literaturas heterogéneas […] la duplicidad o pluralidad de los signos socio-culturales de su proceso productivo: se trata en síntesis de un proceso que tiene por los menos un elemento que no coincide con la filiación de los otros y crea necesariamente una zona de ambigüedad y conflicto” (12). Refiriendo a su vez a Noe Jitrik, Cornejo Polar sintetiza esta idea señalando que se trataría de una fractura entre el mundo representado y el modo de representación.

En el caso de la obra de Bodoc, es evidente dónde podría, de manera tentativa, localizarse aquella fractura enunciada. Queriendo narrar imaginativamente el suceso de la Conquista y la lucha de nuestros pueblos originarios, la autora debe recurrir a la lengua impuesta del colonizador: el español. Un español que, como señalaba antes, está trabajado literariamente de una manera que le permite desmarcarse de la prosa comercial que otras obras exhiben por auto-colonización mercantil de parte del imperio gringo y sus tendencias, pero una lengua ajena al fin y al cabo. Más interesante aún, la obra de Bodoc, pese a sus acentos colectivos y familiares, se enmarca en la muy occidental y europea forma de la Fantasía épica, con numerosos de sus códigos y tópicos arquetípicos a cuestas. De hecho, incluso los académicos de LIJ hispanoamericanos reconocen a la suya como una obra de Fantasía, o cuando menos de “literatura fantástica” [sic]. Cuando se la ha referenciado como una suerte de épica continental, ha sido casi siempre en son metafórico y revanchístico. Es decir, hasta el lector menos avispado en la tradición literaria canónica de la Fantasía es capaz de reconocer la obra de Bodoc como una producción literaria contemporánea, que de una u otra forma dialoga o discute con, por ejemplo, la obra de Tolkien, habitual paradigma de esta estética.

Me parece muy extraño que casi nadie de estos lares parezca haber notado esta dislocación discursiva en la Saga de los Confines. Sospecho que, paradójicamente, se debe a que tampoco se entiende el proyecto original de Tolkien con su Legendarium. Al reducir la apreciación de la obra de Bodoc a una mera contestación latinoamericanista rabiosa a las muy “europeas, patriarcales y católicas” publicaciones del Profesor, se pierde de vista que el proyecto creador de la argentina está bastante cercano al del inglés, al menos en principios: mitologizar los rastros mitológicos perdidos de la propia tierra, la lengua ancestral, perdida tras la invasión de los Normandos en 1066 (el propio hogar, a fin de cuentas),  y reclamarlos para sí [4].

Pero la distancia de Tolkien con sus propios referentes es menos acentuada, desde luego. Esta distancia es insalvable para Bodoc, por más estudios que puede haber realizado para la construcción de su mundo imaginario, porque recae también en la forma. A fin de ser una homóloga exacta de Tolkien, citando una idea de mi compañero Emilio Araya, Bodoc hubiera tenido que ser una filóloga de lenguas indígenas, labor complicada considerando que algunas derechamente se han perdido para siempre.

El intento estilístico de la autora argentina de recrear el fraseo de esas voces muertas, así, tiene una doble inscripción, bella y trágica, como la del destino de nuestro propio continente.

Desde esta óptica, la obra de Bodoc fue escrita desde un intersticio magnífico y complejo del que creo que pocas obras inspiradas en su enseña puedan crearse. Mientras los intentos de “Fantasía latinoamericana” [-americanista] sigan ocupados solo de la superficie textual en lugar del estilo, sospecho que es muy probable que estarán condenadas al fracaso estético, por más que esto no les importe a sus autores (o por más que digan que no les importe).

A mí, como lectora y autora de literatura Fantasía, desde luego que me importa.

Pero ¿qué nos queda como vía de creación, además del complicado sendero de una Fantasía como la de Bodoc? Sostengo otra corriente, que abordé en su momento con más detalle: el medievalismo y el neomedievalismo. ¡Pero eso no es algo latinoamericano!, me dirían con rabia aquellos lectores de nuestra pobre antología juvenil.

Pues, mira, me da igual. Si estamos leyendo la Fantasía más allá de los imaginarios socioculturales, supongo que queda claro entonces que yo sí creo, acaso desvergonzadamente, que puede hacerse un trabajo discursivo interesante, aun político y latinoamericanista, desde un mundo secundario (neo)medievalista de autoría inscrita en este continente.

Mi ejemplo paradigmático, por supuesto, es la obra de la mexicana Verónica Murguía. De hecho, si rastreamos la recepción de Loba (Ediciones SM, 2013), su premiada novela de Fantasía épica, nos encontramos con algunas lecturas muy interesantes sobre la violencia [5]. Este tópico, casi un cliché crítico y estético tanto en México como en Latinoamérica, se abre nuevas posibilidades en la historia de Soledad, la princesa virago que decide no matar y que renuncia a diversas expresiones de poder a lo largo de su crecimiento (incluso aquel que cierto feminismo consideraría positivo para una mujer, desde la noción de empoderamiento).

Como siempre, donde el realismo banal no hace más que reflejar la miseria desde un espejo mugriento que nadie se atreve a limpiar, la Fantasía desafía la oscuridad desde su luz incandescente.

En relación con la violencia, temática y herida profundamente latinoamericana, las obras piadosas de Murguía, como Loba o El fuego verde (Ediciones SM, 2016), ofrecen discursos poco habituales, casi anómalos. Es lo que permite la ética de la Fantasía como expresión artística. No es casualidad que estas dos novelas ofrezcan magníficos ejemplos de eucatástrofe, principio estructural cada vez más desplazado de la Fantasía contemporánea y, quizá también, cada vez más necesario en nuestra decadencia indolente en lo secular.

En otras palabras, podría decir que las obras de Murguía podrían leerse como obras europeas: la autora conoce lo suficiente del mundo medieval y de la tradición literaria de la Fantasía como para insertarse en aquel contexto. Sin embargo, sus sutiles acentos —menos evidentes que los de Bodoc, pero no por ello menos latinos— son los que sientan la marca cultural. Hay una discusión en torno a la violencia, la discriminación, el sujeto femenino y el poder, como he señalado, y su conclusión narrativa me parece maravillosamente esperanzadora a pesar del dolor que causa a sus protagonistas.

Sé bien que estos enfoques no son exclusivos de nuestro continente. Pero me aventuro a proponer que estos se presentan de una forma muy particular e intensa en Latinoamérica, y que un lector crítico podrá reconocer este rastro político en medio de la presencia de dragones, unicornios y hadas, que evidentemente no tienen por qué ser figuras despolitizadas, como sabe cualquier persona que entienda y ame la Fantasía.

Lo anterior no respalda el planteamiento de la obra de Murguía como posible literatura heterogénea, posición que creo que es más nítida, pertinente y compleja en la obra de Bodoc. Pero no me importa mayormente ahora. Como eurófila en mis simpatías hacia la tradición literaria europea, que después de todo fue la que me entregó la Fantasía, la vía de Murguía me parece plenamente válida y complementaria a la de Bodoc, en miras a una “Fantasía latinoamericana”.

En fin, retomando la inquietud inicial de este artículo: ¿qué podríamos entender de un concepto como aquel? Fantasía latinoamericana, Fantasía chilena… Creo que una propuesta que merezca la pena debe rehuir, por fuerza, tanto del reduccionismo de la nacionalidad (que en algún momento defendí para zafarme de los estériles cinco años de mi pregrado), como del de un latinoamericanismo mercantilizado (que deben aún defender quienes necesitan darle un valor añadido a una producción literaria, por lo demás, genérica y formulaica). Se trataría, en cierto modo, de pensar críticamente qué entendemos por el constructo de lo «latinoamericano», y atreverse tanto a construirlo como a deconstruirlo en nuestras propuestas literarias, posean estas un imaginario más autóctono o más ajeno, en el sentido que proponía, creo (no se me dan bien los modelos teóricos que aman en Letras Hispánicas), Jacques Derrida: no para desmontarlo en partes y dejarlos ahí, sino para ver qué «diferencia» (différance) afloraría a partir del encuentro entre sus concepciones.

En realidad, la discusión claramente trasciende la mera elección de imaginarios y se incrusta, como siempre que estamos hablando de literatura, en el lenguaje mismo y en la estructuración estética.

Y esto porque Latinoamérica trasciende la palabra originaria aislada y descontextualizada y la criatura mitológica de turno. Latinoamérica es territorio, es sangre derramada, es historia, es periferia, es la belleza de todas esas lenguas perdidas para siempre y de las que solo nos queda su anhelo. Y es también nuestro mestizaje problemático, la hendidura desde la que escribimos, con esta lengua impuesta que sin embargo es tan terriblemente hermosa, sobre tristezas y precariedades que muchos españoles jamás entenderán.

Quiero pensar que una Fantasía latinoamericana puede ser la propuesta de Liliana Bodoc, que mira hacia aquí desde la dislocación de su discurso, como también la de Verónica Murguía, que mira hacia aquí y hacia allá desde un imaginario ajeno y sin embargo adoptado.

En fin, quiero pensar que una Fantasía latinoamericana puede y merece ser también literatura, del mismo modo en que siempre esperaré una eucatástrofe para este país, este continente. Que los pehuenes vuelvan a entregarnos su fruto sagrado en tiempos de hambre espiritual, que el alicanto nos deslumbre solo por el oro de su plumaje y no por el tesoro que anuncia su vuelo, que el Caleuche pueda al fin encallar para permitir la liberación de sus almas en pena, que volvamos a oír la voz del quirquincho, (el artista insignificante inmolado por amor al arte) en el rasgueo del charango.

Que algún día hemos de recuperar todo lo que nos fue arrebatado, y que la belleza híbrida e inestable del mundo que hoy conocemos solo alcanzará su plenitud en el abrazo de aquella otra, olvidada y extraviada, que brotará de la tierra para contener todas nuestras lágrimas y las de los que nos precedieron.

Notas

[1] Lo curioso de esto es que, como en el caso de la entrevista recogida para la respectiva referencia, Bodoc acompaña su visión de Tolkien también desde la maravilla de la influencia generativa, hasta el punto en que asume que su propia Saga de los Confines no existiría sin El Señor de los Anillos. Ahora bien, también aclara: “Sentí que ese texto me convocaba y, al mismo tiempo, lo rechazaba desde un lugar ideológico. Por eso de que las sagas proponen un modelo de mundo. El modelo tolkieniano es eurocéntrico, patriarcal, ario y eclesiástico. Esos lugares me alejaron y capitalicé también esa distancia para escribir una saga con otra visión del mundo” (Blanc). Esta idea me parece interesantísima, al margen de que no la comparta como autora. Bodoc es capaz de identificar filiaciones y rechazos hacia una obra, y de la tensión entre ambos movimientos surge su creación emblemática: un perfecto caso de recepción productiva.

Por desgracia, muchas visiones críticas sobre la escritora y su saga no parecen atender a estos delicados matices.

[2] Un ejemplo es el libro La otra voz en La saga de los confines. Un estudio sobre la trilogía de Liliana Bodoc (EDIUNC, 2014), de la argentina Susana Sagrillo. Es muy llamativo constatar cómo la obra de Bodoc se suele leer desde marcos teóricos como la lectura crítica/ideológica, el decolonialismo y crítica cultural en general.

[3] Aquí entran en juego conceptos como apropiación cultural o transculturación, claro, cuya complejidad me obliga a guardar silencio ante la superficialidad de mis acercamientos teóricos previos a ellos. Insisto en esto porque las ideas que expreso a continuación sobre aspectos que atañen a estos asuntos son mucho más intuitivas y viscerales que formales.

[4] En una carta a su editor Milton Waldman, Tolkien explicita este proyecto poético y sus motivaciones más personales:

I was from early days grieved by the poverty of my own beloved country: it had no stories of its own (bound up with its tongue and soil), not of the quality that I sought, and found (as an ingredient) in legends of other lands. […] I had a mind to make a body of more or less connected legend, ranging from the large and cosmogonic, to the level of romantic fairy-story-the larger founded on the lesser in contact with the earth, the lesser drawing splendour from the vast backcloths – which I could dedicate simply to: to England; to my country. It should possess the tone and quality that I desired […]” (Tolkien, 144-145).

[5] Ejemplos de ello son los siguientes artículos: “Resistir a la violencia” (Alberto Chimal, 2013) y Loba: nana para princesas y sicarios” (Oscar Luviano, 2013).

 

Bibliografía

Blanc, Natalia. “Liliana Bodoc: ‘Las sagas y la épica proponen un modelo de mundo.’” La Nación, 16 nov. 2015, www.lanacion.com.ar/cultura/liliana-bodoc-las-sagas-y-la-epica-proponen-un-modelo-de-mundo-nid1845767/.

Polar, Antonio Cornejo. “El indigenismo y las literaturas heterogéneas: su doble estatuto socio-cultural.” Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. 4, no. 7/8, 1978, pp. 7–21. JSTOR, www.jstor.org/stable/4529866.

Tolkien, J.R.R. The Letters of J. R. R. Tolkien. Ed. Humphrey Carpenter. Boston: Houghton, 1981.

12 comentarios en “La idea de una «Fantasía latinoamericana»

  1. La ficción y la fantasía, en lo personal considero que no tienen limites, ni fronteras, las obras de por si trascienden a lo geográfico. Escuchando a la naturaleza, y aquellas voces en el viento que al hablarnos nos guían por su imaginario, se convierten para algunos acuciosos oyentes en una fuente de inspiración.
    El resto es cuestión de poder narrar aquellas historias perdidas, impregnadas entre la piedra y el madero tallado, repetidas una y mil veces por los ancianos pobladores de nuestros sacros pueblos originarios.
    Es una buena noticia, saber que hay escritores de Fantasías y Ficciones, de relatos imaginarios, de otros mundos y realidades, de sucesos épicos y fantásticos jamás narrados por khipukamayuk alguno, que aún permanecen ocultos, anudados entre lo mas profundo de sus tumbas, harawis que tal vez estén a punto de volverse a cantar.

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    1. Hola, gracias por comentar. Concuerdo en que el valor de las obras es trascendente a cualquier tipo de frontera o categoría instrumental para poder entenderlas mejor. Sin embargo, eso no es lo que se discute aquí. Los autores europeos de Fantasía (Tolkien, sin ir más lejos) también escucharon la naturaleza y las voces del viento. Pero, al margen de lo que nos une, es evidente que venimos de contextos distintos, y que esto nos ha formado de otras maneras, algunas bastante híbridas e interesantes. Por ejemplo, ¿desde qué lengua rescataríamos aquellas historias de nuestros ancianos? ¿Lo haríamos en español o en las suyas? ¿Por qué, para qué? ¿Sería esto una elección libre o limitada por la pérdida previa de nuestras lenguas originarias? ¿Qué se perdería y qué se ganaría en ese rescate?

      En ese sentido, el artículo intenta también preguntarse cuáles podrían ser esas hibridaciones, qué forma podrían adaptar y qué cosas, en relación con ellas, podríamos quizá considerar al momento de pensar en la Fantasía escrita desde aquí. La idea puede ser igualmente preguntarse si habría una o más Fantasías latinoamericanas, y cuál elegiríamos nosotros como autores y por qué.

      Es decir, hay una base política y cultural importante que, personalmente, creo que no debiera soslayarse. La literatura generalista («ficción literaria», o como sea que le queramos llamar a la ficción de corriente principal) lleva acarreando décadas enteras estas discusiones más complejas. Sería valiosísimo poder trasladarlas también a la Fantasía y enriquecer así su pensamiento.

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      1. Yo lo hago en Jaqaru, Kawki y Aru, protoidiomas anteriores al quechua, en el proceso de investigación que he tenido la suerte de realizar, eh encontrado en las historias o Harawis de mis antepasados, y en sus cantos. En los que se conmemoran los mitos y leyendas, las proezas de los primeros creadores, los conflictos entre los dioses o wakas y su relación permanente con los habitantes de los Tres Mundos, entre ellos, esos seres fragiles y perecederos llamados runas. Todo un imaginario, vetado para el invasor, y que nunca fue de conocimiento de los hispanos conquistadores y felizmente mantenido en la oralidad de los aun habitantes originarios de nuestro continente, un abrazo y estare atento a sus publicaciones.

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  2. ¡Hola, Paula!

    Me disculpo por el desorden que va a ser mi comentario. Y ya.

    Pienso mucho en la manera que nuestros contextos influyen en cómo escribimos fantasía, qué historias rescatamos, cómo lo hacemos. La primera que me hizo pensar eso fue Bodoc. La leí siendo universitaria porque alguien a quien aprecio mucho me dijo: te gusta la fantasía, te gusta la épica, te gustan los mitos, investigas mucho sobre los pueblos originarios de América, esto es para ti. Y me lancé de cabeza. No era sólo la estética del mundo de Bodoc, ni la manera de presentar las tierras fértiles. Era todo. El lenguaje. Desde entonces la recomiendo por activa y por pasiva, lean o no lean fantasía, porque me interesa ver las reacciones a esa saga. (Al menos, a los Días del Venado). Anécdotas aparte, hice que la leyéramos en mi colectiva porque agarramos un año para hablar de pura literatura de la imaginación desde latinoamerica y me interesaba mucho ver cómo recibía la gente una historia como esta (la otra opción era Murguía que más tarde metí a otro club de lectura porque tengo 0 chill).

    Sí veo diferencias entre los escritores de este lado y los escritores de tradiciones más europeas (aunque, finalmente, muchos llegamos a la fantasía por el ciclo artúrico, por los mitos clásicos, por los celtas o historias inspiradas por los mitos celtas y eso SE NOTA al escribir), veo una genuina preocupación por escribir historias desde el contexto latinoamericano (cosa que me parece increíble), pero también veo con frustración quienes leen dos cosas, googlean un poquito y escriben algo donde sólo la superficie tiene algo de latinoamericano. Como esos cuentos donde los personajes lo único que hacen para decir que son mexicanos es comer tacos y decir wey y luego… nada.

    Pero bueno, me parece muy valioso lo que hizo Bodoc en La saga de los confines. Incluso en Tiempo de Dragones (sólo leí el primero) que quizá se podría alegar que tenía un aire un poco más europeo por ahí, yo sentí todo el contexto latinoamericano de Bodoc. También lo que hace Murguía (aun con mis quejas de Loba XD) y como reivindica la escritura poética; justo leía una entrevista suya donde le preguntaban porque sus referentes eran más celtas y ella recordaba que no sólo eran esos, sino que también tenía a Las Mil y Una Noches como un referente (cosa que noto al leerla, especialmente Auliya). Luego por ahí hay propuestas en fantasía que me interesan. Lo que veo es necesidad de referentes. Querer escribir fantasía sin referentes es… complicado, cuando menos XD (pero pasa, vamos, los que no leen nada para no contaminarse porque claramente los géneros de la imaginación se escribieron en un termo al vacío y nunca jamás nadie tuvo influencia de alguien más).

    Me gustan mucho tus reflexiones. Hace tiempo escribí de cómo diversas realidades latinoamericanas se reflejaban en las obras de fantasía de este lado del charco (y la sci-fi y el terror, pero eso pa’ otro día), sobre todo sobre el sujeto femenino. Es un ensayo que quiero retomar (ahora que es libre y que puedo hacer con él lo que quiera), porque aunque la fantasía no tiene fronteras y me parece una excelente herramienta para escribir de aquello que nos atraviesa, aquello que soñamos, que queremos dejar atrás, cambiar, de verter toda nuestra imaginación, siempre me resulta muy interesante ver cómo el contexto de los autores y las propias obras contribuye a sus lecturas y su difusión (el caso de Bodoc, por ejemplo, que siempre meto mi cuchara porque me interesa ver cómo la recibe la gente) y como el contexto de los lectores influye en eso 🙂 finalmente, la imaginación no tiene fronteras.

    Perdón otra vez por lo largo de este comentario y por el desorden, pero pienso mucho siempre en esto ❤

    Nea.

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    1. Hola, Andrea. Gracias por comentar 🙂

      En efecto, concuerdo en que es necesario leer la Saga de los Confines si te interesa la literatura de Fantasía en general, más allá de las preferencias literarias personales sobre este género. Creo que la propuesta de Bodoc en esta obra es de suma importancia y no puede ser omitida.

      Sobre «Tiempo de dragones», me parece que es un paso más en esta propuesta. Creo que aquí se ve de manera aún más nítida estos choques epistémicos entre dos mundos distintos, y se elabora o ensaya de maneras más enriquecedoras esta colisión cultural. Leí los dos libros publicados hasta ahora (se supone que el tercero, póstumo, se publicaría en algún momento), y al menos del primero rescato todos estos elementos. En mi primera lectura, la novela me pareció más valiosa por su factor intelectual que emocional, en todo caso; creo que ahí la Saga de los Confines hace un mejor balance. Pero el intelecto me parece muy necesario también en la Fantasía, pues no podemos imaginar si no pensamos. Si te interesa, escribí hace unos años una ponencia sobre la obra..

      Espero que puedas retomar aquel ensayo. Es el de «Infiltradas», me imagino. Cuando lo compartas por otra parte, me gustaría mucho leerlo 😀

      Saludos,

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  3. Muy buena reflexión. Como siempre, Latinoamérica es un vórtice que se ha impregnado hasta la saciedad de los imaginarios que no le son propios y los ha vuelto suyos, sin más. El español nos adoptó y simultáneamente adoptamos al español; me atrevo a decir que la lengua de Cervantes es más nuestra que de España, al menos, desde el modernismo -Rubén Dario y Martí por delante sea dicho-.

    Toda literatura requiere pensamiento e intención por buscar la belleza intrínseca de las cosas que quiere contar, porque toda literatura que merezca ser discutida rehuye de los canones y de las imposiciones -e imprecisiones- del lugar del que fue concebida. Y todos los lugares, a mi parecer, tienen una historia que contar que se apropia de los imaginarios que tenga a la mano. Uno es muy incauto y cae y crea con lo que tiene a la mano. La propia concepción que tenemos de la vida, del tiempo, de la familia, del bien y el mal, de la violencia, de la pobreza, de la riqueza, del éxito y del fracaso no es suficiente para definirnos; quizá lo que nos defina es nuestra propia manera de emprender las búsquedas; ese eterno buscar, ese mito único y doméstico.

    Coincido contigo en que nuestra visión de las historias, nuestras manera de concebir cosmogonías, tiene su poderío en el lenguaje. Le quitamos el mosquete al hombre blanco, siendo nosotros también recipientes de eso, y aprendimos a disparar mejor, a apuntar mejor y, sobre todo, a usar la mira para encontrar otras cosas. Perdimos mucho en el camino al igual que ganamos otro montón. La verdad, cada inquietud es distinta para cada artista. En lo que nos compete, pienso que la fantasía y toda la literatura imaginativa está en proceso de germinar por estas tierras; somos una tierra fértil, pero terca.

    Es irónico; con todos los espejitos que nos dieron los españoles, formamos un gran espejo -fragmentado- que refleja cada rincón del planeta antes de que lo engullamos. Nos descubrimos en nuestras carencias.

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    1. ¡Me parece una forma muy elegante de exponerlo! Yo me siento tan en aquel intersticio del que hablaba que a veces todo me entusiasma y a veces todo me desmorona. Mi camino ha ido también por reconciliarme con esos vaivenes, supongo. En particular, la idea de apropiación me gusta mucho, aunque quizá la palabra conlleva una carga ideológica un tanto violenta, se me ocurre. No es que le «robemos» algo a otros, como podría pensarse coloquialmente, sino que lo hacemos nuestro, transformándolo, como la propia lengua.

      Una cosa que me gusta mucho de la Fantasía acá es que, en efecto, está en proceso de conformación. Esa mirada nueva es claramente distinta a la tradición metropolitana, al margen de que se prefieran escenarios (neo)medievalistas y podría depararnos insospechadas alegrías. Es algo que, cuando estoy en un modo algo más optimista, me entusiasma mucho.

      Gracias por comentar, José Miguel 🙂

      Saludos,

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  4. J. Eduardo R. Gutiérrez

    Hola, Paula, por fin vine a dejar mi comentario.

    Primero, perdona si digo alguna sandez, recuerda que me he inclinado un poco más hacia la ciencia ficción. Segundo, trataré de no caer en verborrea. Tercero, y último, realmente no creo aportar mucho, pero aquí voy, sobre todo porque tu texto invita a muchas reflexiones.

    Mencionas que escribir Fantasía es visto como estar colonizado, porque recurrimos a lo europeo y que dicha literatura solamente es entendida como LIJ, que no tiene nada de malo per se. Esto demuestra que no se sabe qué hacer con esa literatura que no es realismo o realismo mágico y que no tiene un discurso declarado (sin caer en el panfleto) político. Lo que me lleva a decir que valorar una obra por su lectura política es muy reduccionista y limita de forma muy tajante el apreciar el arte que la constituye. Incluso hay obras que solamente por eso se valoran, más a allá de si son buenas o malas.

    Ahora, lanzas preguntas que me han estado rondando desde no hace mucho sobre acercarse a las cosmovisiones míticas originarias, es un conflicto sentirse atraído por ellas y sentirlas como zonas arqueológicas dentro del reino de Fantasía. Soy consciente que no me pertenecen, pero siento que morirán si no son rescatadas de alguna forma, aunque, ¿quiénes somos para salvarlas? ¿Por qué evitar un proceso que quizá sea natural? Creo que allí radica la belleza, que son efímeras y que las historias de dioses deben morir. Y respondes con una bella pregunta: ¿qué me pertenece, en todo caso? Así me he sentido, porque igual me sentía incómodo imaginando que escribía cosas desde la Fantasía europea…

    A pesar de todo, ofreces una respuesta muy bella, una que está frente a nuestros ojos y oídos: el lenguaje. Esa herramienta tan poderosa y subestimada muchas veces es la clave para acceder a ambos imaginarios y más, para crear y hacer (poesis) un mundo mitologizado para insertarse en la Fantasía de forma estética y no «wurblindiana». Mi ejemplo es Kalpa Imperial, ya cuando lo leas lo comprenderás mejor que yo, pero Angélica Gorodischer justo hace lo que dices que hacen Bodoc y Murguía. Así que tu texto es, para mí (quizá para alguien más), una herramienta que aclara por medio de la reflexión, tanto la tuya como la que invitas que realicemos.

    Gracias por escribirlo y compartirlo. Me ha resuelto una duda y me ha lanzado a más dudas para aclarar mi mente.

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    1. Hola, Eduardo. No te preocupes: toda verborrea interesante es bienvenida (que es básicamente lo que hacemos en VL), y la visión exterior de alguien que se ha dedicado a la ciencia ficción con un compromiso homólogo al nuestro hacia la Fantasía es algo que sabemos valorar 🙂

      Concuerdo con que la lectura política, cuando no se acompaña por otros enfoques en la valoración de una obra, son bastante insatisfactorios. En el caso de la obra de Bodoc, creo que ella tiene muchos otros elementos, y que aun los más políticos se enriquecen cuando se los lee también en conjunción con aquellos.

      Me parece bellísimo y terrible el alcance que haces sobre esta idea de que «las historias de dioses deben morir», así como de las preguntas que lo anteceden. En el caso de la Fantasía, está el hecho de que en realidad cualquier obra que se presente como tal debiera asumirse como un rescate no histórico, sino imaginativo. Se vuelve interesante entonces pensar y leer cómo se cubrieron esos vacíos a través de la fabulación individual.

      Me alegro mucho que el texto te haya despejado y abierto más dudas. Creo que eso es algo bonito del ensayo como eso: un texto que ensaya, que tienta; un pie hundiéndose apenas en las olas y aun así sintiendo en su piel la frescura y la memoria de un océano entero.

      «Kalpa Imperial» me está esperando, ahora que felizmente ha llegado mi ejemplar de Argentina.

      Saludos.

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  5. Muy buen texto. Son muchas las cosas que planteás acá, y no puedo responder bien a todas, en parte porque no me considero, como vos, un devoto de la fantasía, más allá de que leí a Tolkien para arriba y para abajo (Still the sunken stars appear / in dark and windless Mirrormere). Pero los dilemas que planteás me resuenan poderosamente.

    Concuerdo en que es estéril obligar a un escritor a ceñirse a un espacio cultural, sin la posibilidad de deambular por otras tradiciones. Oswald de Andrade («Solo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre, ley del antrópofago») y Borges (quien, aunque políticamente cipayo, supo alternar cuentos de gauchos y de vikingos sin despeinarse) dejaron buenas lecciones al respecto. En ese sentido, si alguien se ve interpelado por el medievalismo me parece más que válido que escriba siguiendo (y ojalá transformando) esos códigos.

    Sin embargo, admito que a esta altura del partido el medievalismo me dice poco. Algo como lo que hace Bodoc (a quien estoy leyendo en este momento, precisamente), me parece mucho más interesante tanto a priori (sí, tengo mi prejuicio latinoamericanista) como a posteriori, leyéndola: hay una frescura en lo que narra, en las estructuras de su novela, que es difícil encontrar en algo que transcurra en el habitual mundo medieval, que a esta altura no me resulta distante y maravilloso; en cierto sentido lo conozco más que al mundo precolombino. (Dicho eso, tomo la recomendación y pongo El fuego verde en la fila de lecturas próximas.)

    Creo que lo que más me interpeló de tu texto es la cuestión del mestizaje, que parece una herida que nunca termina de cicatrizar y que adopta formas distintas en cada país latinoamericano (los comentarios de Octavio Paz en Los hijos de la Malinche me resuenan al día de hoy). En Latinoamérica en general no nos es dada una identidad ya definida, sino que, un poco por nuestra condición marginal, sujetos a corrientes diversas de colonización, todo el tiempo tenemos que rearmarla. Ahí hay vulnerabilidad, pero también riqueza.

    Es cierto: pocos de nosotros hablamos una lengua indígena, pero tampoco se agotan ahí nuestras raíces (y tampoco son muchos los autores europeos o norteamericanos que puedan leer el Beowulf en su lengua original). Está el período colonial, el estrambótico S. XIX con su modernidad incipiente, el turbulento S. XX con sus tragedias. Está la geografía, distinta de esos bosquecitos europeos. Cualquiera de esos períodos o espacios pueden ofrecer espacio para la fantasía, con un poco de esfuerzo. Bodoc en buena medida marca un camino no porque haya que hacer fantasía precolombina a su manera, sino por lo que vos misma señalás: por la seriedad y coherencia de su trabajo, la vocación de crear un mundo.

    Ciertamente apoyo la moción de aniquilar el mandato constumbrista. La respuesta que dabas a los que te objetaban la antología era correcta: era fantasía chilena porque los autores eran chilenos. Nadie que yo sepa le reprochó nunca a Flaubert ambientar una novela en el antiguo Cartago, o a Shakespeare ubicar tantas comedias en Italia. Pero hoy día, y a título estrictamente personal, si quisiera escribir Fantasía, no apelaría al medioevo europeo, sino que buscaría explorar imaginarios latinoamericanos, que paradójicamente me son a la vez más cercanos y más lejanos, por razones tanto políticas como estéticas (y cuando digo políticas es menos lo estrictamente ideológico que la revalorización de ciertos espacios; quizá más incluso la geografía que la historia… tendría que pensarlo más).

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  6. Paula, de entrada te digo que me ha parecido un texto rico y valioso, por las ideas que propones y cómo están expuestas.

    Me llama la atención, sobre todo, el fondo de la cuestión: ¿qué es, en «esencia», lo latinoamericano? Porque, pareciera que lo latino, por ser latino, tiene qué cumplir con ciertas características; unas que, curiosamente, no exigimos a obras de otras latitudes, como si la fiscalización fuera hacia nosotros mismos más que a la literatura en sí.

    Y digo que eso me llama la atención, por sobre todo, porque si bien es cierto que uno como latino dialoga no solo con otras obras escritas en el territorio, sino con el propio territorio y sus marcos de referencia -esto, lo queramos o no, se entrevé en lo que hacemos-, sí me parece que incluso algo tan «simple» como eso, es un corsé que la literatura, que la obra como ente independiente, no necesita.

    Y ahí es donde veo una disociación enorme entre los lectores academicistas y los lectores por placer y ocasionales. Para el académico, el contexto de la obra, del autor, su tiempo, su geografía, son VITALES: la obra per se tiene una lectura distinta según estos marcos. Para el lector por placer y ocasional, estos diálogos con el territorio y con la tradición pasan a un segundo o quizá tercer plano, porque la obra por sí sola, en sí misma, como historia, debe bastarse a ella misma para contar algo. ¿Su marco sirve para comprenderla mejor? Claro. Pero tampoco debería de ser imprescindible para su gozo, o al menos, soy de la creencia de que no lo es.

    Precisamente por eso, el debate de si está bien o mal (casi siempre acaba en términos morales y éticos, de ahí que use esos términos) que nos apropiemos de otros imaginarios para crear nuestra obra, o si debemos de trabajar desde lo «latino» me parece que obvian que, en última instancia, vivimos un tiempo sin precedentes donde, a diferencia de siglos pasados, ya no estamos encerrados en la producción local; ya no tenemos por qué conformarnos con imaginarios nacionales solo porque son nacionales, sino que, al tener acceso a literatura de todo el mundo, las estéticas, las poéticas y hasta lo técnico serán eclécticos (o es mucho más probable que lo sean). Vamos: vivimos en una época donde la imaginación ya no conoce fronteras; ¿por qué habría de tenerlas la propia obra?, incluso en aras de un «diálogo»…

    Todo esto lo digo no en detrimento de tu texto, que me parece sensacional, sino de cierto tipo de imposiciones localistas que parecen validar más o menos una obra dependiendo de qué tanto se ajusta a sus «diálogos latinos». Y yo ahí sí no coincido. Nada.

    Espero con ansias próximos textos tuyos, Paula.

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  7. Juan Nicolás Villamizar Hernández

    [Muchas gracias por sus letras, entorno a lo que me suscitaron, escribí una pequeña crítica, un poco airosa y evocadora, en donde hablo de esos colombianos que lastimosamente, no han podido encontrar otra fantasía más allá de la europea. En ella utilizo palabras muy vernáculas de los paisajes colombianos, que es pero no la haga excesivamente difícil de leer.]

    A los colombo-vikingos y a la fantasía colombiana…

    Así como tanto colombiano que he conocido, que no tiene ni idea de cuales son los nombres de nuestros árboles nativos, a los que sí les debe el aire que respira, y no es capaz de distinguir un jobo de un cedro macho, un chaparro de un merey, y mucho menos sabe de las envidias de la sombra de la palma, a diferencia del generoso y fresco amparo de las del higuerón. Pero en cambio están bien dispuestos, como paganos que dicen que son, para darle las gracias a una naturaleza extraña, que no les concede ningún tipo de potencia y bienestar. Este colombiano amante de runas, quien se siente especial al ver algunos pelos rojos en su barba, se excita a sobre manera pensando en bosques de abetos, arces y abedules; e incluso es de allí de donde obtiene su nostalgia e inspiración. La manigua de siringales, yarumales y yopales, no representa nada para él, mucho menos conoce o quiere entender la belleza de un paisaje de esteros, donde el chuapo y el moriche se erigen como verdaderos reyes.

    También los he escuchado hablar de los secretos de los cuervos de Odín, ¡en verdad que lo risible es pariente de lo absurdo! gente que no distingue el vespertino canto de un turpial madrugador, de la gorgorea y melancólica entonación de la paraulata en el cenit de la tarde tropical ¿cómo podrían si quiera escuchar o aprender algo de un pajarraco del septentrión? Obvio no pueden, pero gastarían todos sus ahorros por ir a conocer algunos en Oslo o Estocolmo…

    Esos paisajes tropicales con los que nuestros ojos se han fundido, a los que con atenta oreja se atiende pa escucharles sus historias, y a los que nos referimos con mestizo acervo, utilizando expresiones hispanas al igual que voces indígenas, son la cuna de nuestras alegrías y temores, y es desde allí, y con la ayuda de un minucioso estudio de nuestra estética e imaginario tropical, donde yace un valioso germen de inspiración fantástica.

    El colombo-vikingo es libre de celebrar la cosecha de octubre, como los pueblos del walpurgis, aún cuando nuestra tierra da sus frutos en agosto; también es libre de pensar que las trenzas de fique son un invento celta, ¡qué les importa un guane, si al igual no tiene serie en Netflix! Y es libre para muchas cosas, ¡y qué belleza que lo sea! pero también debería ser libre de preguntarse por su propia historia, por su propio orgullo y por su propia fantasía.

    Por Juan Nicolás Villamizar Hernández.

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